En el Senado, los republicanos marchan con ventaja; en la Cámara de Representantes, los demócratas deben arrancarles 23 escaños para lograr la mayoría. / AFP


Un ejército de militantes y candidatos recorrían ayer Estados Unidos para llamar a votar mañana en las elecciones de medio mandato, que la oposición demócrata presenta como un referendo sobre la administración de Donald Trump a dos años de haber llegado al poder.

“No se ha visto nunca tanto entusiasmo en los republicanos, salvo quizás en la presidencial de 2016”, dijo el mandatario en la Casa Blanca antes de partir a Georgia para otro mitin en apoyo a los candidatos republicanos.

La oposición es consciente que la historia de estos comicios suele ser fatal para el partido en el poder, y espera un voto castigo aún más categórico contra Trump, a quien varios legisladores y candidatos acusan abiertamente de mentir, enterrar el sistema de protección social y dar rienda suelta a la extrema derecha.

Nunca tanto dinero había sido devorado en una votación de medio mandato, creando una avalancha de anuncios en televisión, radio e internet.

En uno u otro bando se gastaron más de $5.000 millones para influenciar el voto de los estadounidenses, eclipsando en 35 % el anterior récord para unas elecciones de medio mandato, en 2014, según el sitio especializado Opensecrets.org.

El flujo de dinero y de entusiasmo proviene principalmente del campo demócrata, decidido a romper el dominio republicano en el Poder Legislativo.

Pero la pelea es muy diferente entre las dos cámaras del Congreso. En la Cámara de Representantes, donde los demócratas deben arrancarle 23 escaños a los republicanos para lograr la mayoría, los sondeos les favorecen a nivel nacional.

Una encuesta publicada ayer por el Washington Post y similar a otras le da 50 % de intenciones de voto a los demócratas contra 43 % para los republicanos. El último sondeo CBS prevé como el escenario más probable una estrecha mayoría demócrata. Pero predecir el resultado en los más de sesenta distritos realmente en juego es tarea imposible.

En el Senado, donde solo 35 bancas de 100 están en disputa para mandatos de seis años, los republicanos marchan con ventaja, porque las elecciones -azar del calendario- tienen lugar sobre todo en estados conservadores.



Entre dos frentes

Dos sentimientos moldean el voto latino en Florida: El disgusto por la respuesta “nefasta” del presidente estadounidense Donald Trump al desastre que dejó el huracán María en Puerto Rico, por un lado, y el deseo de que un gobierno de mano dura enfrente a Cuba, por el otro.

En esta carrera polarizada el país mira de cerca a Florida, un estado pendular en sus preferencias políticas que suele ser clave a la hora de elegir quién se sentará en el Salón Oval, y que suele decidirlo con márgenes muy estrechos.

Actualmente, el voto latino en Florida ha dejado de ser monolíticamente republicano.

En primer lugar, actualmente “hay una mayor cantidad de jóvenes cubanoamericanos de las últimas oleadas migratorias que se inclinan por el partido demócrata”, dijo a la AFP Jorge Duany, director del Cuban Research Institute de la Florida International University (FIU).

Y, en segundo lugar, los puertorriqueños que huyeron de la crisis financiera de su país -y este último año de la devastación que provocó el huracán María, que dejó casi 3.000 muertos-, convirtieron a este grupo en un contrapeso del voto cubano.

Según Pew Research Center, cubanos y puertorriqueños comparten por primera vez este año el mismo porcentaje (31%) de hispanos en edad de votar en un estado de 21 millones de habitantes.

 

 

Dreamers promueven el voto por candidatos demócratas

Muchos “dreamers”, como se conoce a los jóvenes que llegaron a Estados Unidos siendo niños cuando emigraron sus padres, alientan al voto por candidatos demócratas en las elecciones de medio mandato que se anuncian reñidas y en las cuales el tema migratorio ha estado en el centro del debate.

Pese a la lluvia, Ibrahim Pinzón, un universitario de 18 años y otros tres jóvenes de la asociación United We Dream recorren 81 km desde Washington, un distrito progresista, hasta Frederick, en el estado de Maryland, donde cada voto cuenta y muchos republicanos sostienen discursos racistas.